Atravesó el jardín, se detuvo un momento para mirar la estatua de la mujer con el cántaro vacío, Me dejaron aquí, parecía decir ella, y hoy no sirvo nada más que para contemplar estas aguas muertas, hubo una época, cuando la piedra de que estoy hecha aún era blanca, en que un manantial fluía día y noche de este cántaro, nunca me dijeron de dónde procedía tanta agua, yo sólo estaba aquí para inclinar el cántaro, ahora ni una gota escurre de él, y tampoco nadie ha venido a decirme por qué se acabó. El comisario murmuró, Es como la vida, hija mía, comienza no se sabe para qué, termina no se sabe por qué.
José Saramago, Ensayo sobre la lucidez.
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