Unsacred stories
Presentación.
Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido. Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor) y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos.
Evangelio según Lucas, capítulo 2, versículos 21-24.
1. A duras penas había sobrevivido la longeva madre al parto que le partió el alma. Presa del pánico en los momentos claves, se sentía impedida moralmente a traer la mundo al ser cuyo nombre más tarde sería equiparado a lo más vil y cruel que existir pudiese. Ese nombre, ese hermoso nombre que ella había elegido para él. Sumida durante una semana completa, con sus siete días y sus siete noches, con sus horas tercera, sexta y novena, con sus lámparas de aceite, en fiebres y delirios, casi ni pudo dar fe de la circuncisión de su hijo. Sólo podía repetir desde su asiento, Judas, que se llame Judas, alabado sea el Señor, a lo que su marido respondió, Judas se llamará, alabado sea el Señor, y Judas fue su nombre desde ese momento de mutilación infantil. De lo que más se alegraba la nueva madre era de haber tenido un varón. No lo dudaba, pues las palabras del mensajero habían sido claras. Pero soportar la humillación de ver a su hija sufrir vejación, su posible única y primera hija, la violencia física que adivinaba tendría que soportar, la violencia verbal que tendría que resistir y la violencia de la Historia que tendría que temer, la llevaban a un estado que, si no hubiese sido ya muy preocupante, sin duda habría causado alarma. Y, para qué negarlo, también colaboraba a ese resquicio de falta de dolor, pues alegría quizás sea una palabra muy gruesa, el hecho de que, siendo su hijo varón, la purificación que correspondía a la madre, en este caso ella, comprendía sólo un periodo de trenta y tres días, curiosa cifra, mientras que la pena por parir hembra era del doble 1. Y ella había llegado a la conclusión de que cuanto antes se purificara, antes podría presentar a su hijo en el Templo, y antes terminaría sus asuntos con el Señor, alabado sea, malditos sus designios. 2. A los trenta y tres días, conforme el precepto, habría de producirse la presentación de Judas en el templo de Jerusalén. Pero estaban ya en el día trenta y dos y ni tenían cordero de un año para el holocausto, curioso nombre de nuevo, ni tórtola ni palomino para expiar su sangre. N siquiera la laxa legislación, que permitía aportar simplemente dos tórtolas o palominos y olvidarse de cordero, era alcanzable para el matrimonio. Y es que la enfermedad de la madre habían disparado los gastos en el último mes. Pero el Señor tiene un plan, y no está dispuesto a que su Creación se lo cambie. No dará salud a la madre, pero aportará el sacrificio y la expiación. Esa noche, una sombra oscura rondaba la casa. Ella, que mejoró sensiblemente ante la eventualidad de nuevas nuevas, reconoció la silueta que se asomaba por su ventanuco. Igual que la última vez, penso. Qué se le olvidó decirme al Señor la última vez que vuelve usted por estos lares, Nada se olvidó de decir, todo lo necesario dicho está, Entonces, Entonces, qué, Qué le trae por esta humilde casa, supongo que no será el hambre que tan bien le saciamos en su última visita, No, no se trata de eso, sino más bien de lo contrario, No se ande con acertijos en esta ocasión, que ya no creo pueda sorprenderme. Un tenso silencio se interpuso entre ellos. Ella sabía que estaba desafiando con el pensamiento todo cuanto le habían enseñado a amar y respetar, pero que había demostrado a las claras que no merecía ni respeto ni amor. Él nada sabía, ya que a estas criaturas se les había extirpado la capacidad de razonar más allá del cumplimiento de una orden. Podía percibir los sentimientos en los humanos, pero no sentirlos propiamente. Una tara que nunca se plantearía dada su incapacidad tácita de plantearsela. Daños colaterales de un experimento divino que acabó en fracaso. De entre sus ropajes pardos y arrugados extrajo el visitante una jaula. Nadie sabe de dónde la sacó, si es que la sacó de lugar alguno, puesto que ningún bulto portaba al entrar en el patio donde meses ha tomó un cuenco de leche y tortas de maíz. Una jaula, una jaula no vacía. Una jaula que portaba en su interior dos tórtolas. No iba a permitir el Señor que sus piezas de ajedrez no cumplieran los preceptos que Él mismo dispuso. Ella comprendió. Y de nuevo, también recordó que su lucha, caso de estar librando alguna más allá de su mente o su corazón, era inútil. 3. De camino al templo, le temblaban las piernas. Sentía algo raro, una picazón justo en el pecho, un horror inimaginable. Había concebido por expreso deseo del Señor en edad ya de descanso, había dado a luz en condiciones de salud francamente mejorables, y había sufrido un mes de fiebres y terrores nocturnos. Y el día anterior, cuando a todo eso debía sumar el estigma que iba a suponer no poderse purificar de su sangre, su misterioso mensajero había aparecido dejándole bien claro que ella no dominaba siquiera su vida, siquiera sus pensamientos, siquiera sus elecciones, dejándole bien claro lo que podía hacer. Su lucha no era contra sangres ni carnes, sino contra principados. Y era una lucha perdida. Y hacía su camino de derrota llevando en un brazo a su hijo de dolores, y en el otro una jaula con dos tórtolas. Iba a cargar con su expiación hasta el final. El levita, encargado del sacrificio, examinó la ofrenda. Dada la naturaleza humilde de los ofertantes y la práctica corrupta de los sacerdotes, se pasó por alto cuantas máculas pudieran tener las aves, maldita la burocracia que es capaz de encontrar fallas incluso en regalos divinos si se lo propone, a cambio de una parte mayor de la estipulada en ley que fuera a parar al haber del templo, a saber, para la alimentación y mantenimiento de la raza sacerdotal. Muertos los pájaros, milagrosamente la sangre de la mujer, que ni culpa suya era pues ni había tenido curso ni concurso en la planificación de la fisionomía femenina, fue perdonada. Curioso perdón el que se concede por una falta que uno mismo provoca. Saliendo ya del templo, y con una sensación de indefensión y ridículo incomparables, se encontraron el niño, su padre en funciones y su recién limpia madre con un anciano, de nombre Simón. Y junto a él, una profetisa de nombre Ana. Como conjurados habían aparecido ambos a unísono, tal vez esperando algo que debía producirse unos días más tarde. Pero ante la visión de esta familia, ninguno de los dos pudo esconder sus impresiones. Maldito serás por generaciones, decía él al niño, no sin pena en los ojos, Regocíjate, madre, pues tu hijo será para salvación a costa de su perdición, no te dejes arastrar a la misma suerte por un sentimiento mundano, continuaba ella, En verdad, es necesario este sacritficio de tu parte, confirmaba él, Y piensa que si el Señor no lo hubiese querido para sí no tendrías hijo siquiera, remataba ella, Ya sabes, el Señor da y el Señor quita, apuntillaba dando por terminada la conversación. Alabado sea el Señor, sentenció la pobre madre ante tamañas formas de inhumanidad juntas.
1Levítico 12, 1-8: La purificación de la mujer después del parto.
Partes anteriores: 1. Natividad.
Dedicado a las que hoy reciben bautizo. Ojalá muchas de ellas el día de mañana se hagan republicanas y a ser posible ateas. Sobre todo una de ellas.
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Por judas - 14 de Enero, 2006, 0:55, Categoría: Unsacred stories
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Natividad.
1.
Cómo le gustaba a la pobre anciana la primavera. A sus cuarenta y cinco años afrontaba esos días con la experiencia que le proporcionaba una vida plena que, a la vez, le había apergaminado el cuerpo y alisado el espíritu. O al menos es lo que recordaba ahora, nueve meses después. El calor del sol se transformaba en frío lunar, en nieve y ventisca invernal.
Se encontraba sobre su lecho con dolores de parto. El dolor le traspasaba el alma. Imaginando al bebé que iba a traer al mundo, sufría por adelantado lo que más tarde le tocaría padecer. Dolor por el desprecio al que su hijo se expondría. Dolor por el dolor que su hijo sufriría. Dolor por lo perdido que ya no recuperaría.
Y sin embargo ahí estaba, cúmplase en mí según tu palabra, dando a luz contra-natura en un momento ya de infertilidad. Ni concurso ni discurso tuvo en el hecho su amante esposo, cuyo nombre es irrelevante, ni notó ella nada físicamente extraño, pues ya se le había retirado el periodo. Simplemente, creció en su seno. Y aunque pensó muchas veces en impedirlo, una mala caída la tiene cualquiera, supo que era inevitable. Quién era ella para luchar contra el designio. Quién su sumiso marido, que no tuvo más que acatar y callar.
2.
Se turbó de madrugada. Un frío sudor le corría por la espalda, y eso que el buen tiempo se aproximaba a pasos agigantados, si no estaba ya aquí. Temblaba, sin conocer las razones. Éstas no tardarían en ser dadas.
Alguien cruzó por delante del orificio de la pared que les servía como ventana del cuarto. Una sombra, una figura extraña pero a la vez familiar. Un mensajero de malas nuevas. Quién anda por ahí a estas horas, Un servidor de usted y del Señor, Un servidor de esta sierva no se pasea de madrugada asustándola, Un servidor del Señor cumple las órdenes cuando éstas le son dadas y no atiende a horarios, Los horarios del Señor son inexcrutables, Sí señora. La sombra se cubría bajo un manto negruzco, apagado, ruín. Sólo asomaba de forma ligera los ojos, de un color miel oscuro, y las manos, alargadas, límpidas, impropias del atuendo. Vengo a contarle algo importante, No lo hará desde la calle, pase al menos al patio, Se lo agradezco, vengo de lejos y me sería muy agradable sentarme un poco, No se preocupe, le traeré algo de beber. La tavesía desde Nazaret había sido dura.
Apareció la señora cinco minutos más tarde, ni cuatro ni seis, portando sendos cuencos de leche y varias tortas de maíz. La hospitalidad de esta casa siempre ha sido objeto de fama, pensó para sí, y no se debe a palabrería vana, se añadió. Señora, agradezco su buen hacer, cuyo reconocimiento público sin duda no es debido a palabrerías ni publicidades, pero me temo que soy portador de malas nuevas, Si vienen del Señor nunca serán malas, Tiene usted razón, debí decir dolorosas nuevas. Estamos en las mismas, señor, Lo sé, pero tengo claro que le dolerá lo que le tengo que decir, Dígalo sin más, que el señor da y el Señor quita, alabado sea el Señor, El Señor le va a dar, el Señor le va a quitar, Lo comido por lo servido, no hay dolor a la vista, Se trata de un hijo, señora.
Se trata de un hijo, se repitió de nuevo la señora, siempre para sí, como si un enviado del Señor no pudiera leerle las repeticiones sin voz en las páginas de su mente, Sí, de su hijo, del hijo que nacerá, Pero si ni mujer soy ya, Pero el Señor sigue siendo el Señor, y usted, señora, concebirá a un hijo, y este hijo será causa de sufrimiento para él mismo, para usted y para todos, No sé dónde leí algo similar y se trataba de alguien muy esperado, No se equivoque, que esa misión ya está cumplida, de ahí venía, Entonces, Entonces, qué, Entonces qué misión es la asignada a mi hijo, qué destino me partirá el alma en dos, qué vilipendios sufrirá el pobre inocente, qué memoria dejará tras de sí, Su hijo será el traidor.
3.
Durante este tiempo no habían aparecido más visitas extrañas. Ningún otro caminante. Ninguna señal de arriba, ni de abajo. Ningún consuelo, ningún consejo. Sólo sus palabras: "Su hijo será el traidor". El traidor. Traidor. El Señor había dispuesto sus fichas: una, en Nazaret, donde la otra misión había sido encargada; la otra, en un lugar cuyo nombre no es importante, en el cual nos encontramos, con una señora que poco a poco se iba consumiendo en el dolor, la pena, la rabia y, por encima de todo la impotencia. No había forma de negarse.
Ahora, ya con los dolores propios, no sirve de nada mirar atras, se decía, porque lo hecho hecho está, y las decisiones casi nunca dependen de nosotros. Sólo una cosa le habían dejado decidir. Sólo una iba a ser de su entera voluntad. A pesar de que el contrario jugaba con ventaja (era el Señor), la habían dejado creer que al menos tendría potestad para elegir una cosa. Ella, y sólo ella, sería la encargada de elegir el nombre de su hijo. El Señor da, el Señor quita, le había dicho ella al enviado, y el enviado le había contestado a ella. Pero ella había añadido algo más: alabado sea el Señor.
Lo llamó Judas1. Nadie vino a visitarla. Ningún resplandor celestial anunció su llegada. No obtuvo presente alguno.
1Judas, en hebreo, significa "Alabanza a dios".
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Por judas - 21 de Diciembre, 2005, 19:52, Categoría: Unsacred stories
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